La mente perversa es una condición anormal de la personalidad
cuyo rasgo dominante es la agresividad y destructividad hacia otras personas, a
través de pensamientos y actos malignos.
La conducta perversa es congénita pero “la
frustración por la falta de afecto en la infancia es el caldo de cultivo para
una mente perversa”, dice la psicoanalista Karen Horney en su libro La
personalidad neurótica de nuestro tiempo. Sin embargo, no todo aquel que
fue privado de afecto o tuvo una difícil relación con sus padres termina siendo
una persona perversa.
Desde la juventud, los individuos se sienten heridos
sin saber en realidad la razón y no pretenden conocerla. Crean a su alrededor
un ambiente de desconfianza y hostilidad hacia
todo el mundo, pues consideran que los actos humanos no son sinceros, al tiempo
que proyectan una personalidad conflictiva que se manifiesta en todas las
actividades diarias.
Mente obsesiva y sádica
La persona perversa es por lo general sádica y
disfruta el dolor ajeno causando el mismo dolor. Son manipuladoras y están
dominadas por pensamientos desagradables y siempre insanos, ya que alimentan su
mente de imágenes grotescas, perversas y miserables, tanto de la imaginación
como de los medios de comunicación que explotan el sufrimiento humano para
ganar audiencia.
La mente perversa se esconde en cualquier persona de
apariencia normal. En ocasiones pasa por bondadosa y amable en exceso con los
extraños, y hasta manifiestan fervor por Dios. Pero en su interior están
dominados por una fuerza oscura llena de amargura, frustración y odio, pese a
que controla sus impulsos para poder integrarse a la sociedad. No obstante,
siempre aprovechará la oportunidad para hacerles daño a los demás y así aliviar
su condición.
Por lo general son incapaces de generar sentimientos
positivos, y cuando están a punto de sentirlos los reprimen a la fuerza, porque
les causa malestar físico y anímico. Los expertos creen que por ello no les
agrada recibir regalos ni experimentar situaciones placenteras, ya que les
obliga a responder con la misma benevolencia, y esto es inaceptable para ellos.
Incluso, a veces les causa verdadero terror cuando una emoción positiva los compromete
a expresar sentimientos sanos, como reír, felicitar o reconocer algo bueno en
los demás.
“El pensamiento más recurrente de un perverso es ver a
los otros como perversos”, afirma Horney, quien advierte que estos personajes siempre asocian cada
acto de su vida con situaciones que involucran dolor, sufrimiento y
humillación. La sicoanalista recuerda que cuando un perverso está a punto de
sentirse emocionalmente feliz, la rechaza con hostilidad, pues "no
soporta ver el mundo como algo agradable".
Horney recalca que a estas personas les resulta casi
imposible generar emociones que no vayan acompañados de una situación malvada,
deshonesta y cruel, porque con estos sentimientos destructivos pueden compensar el propio odio y desprecio que
sienten hacia ellos mismos.
Confabulación
Un rasgo que prevalece en el perverso es la obsesión
por la mentira y la confabulación, que se convierten en rutina de la vida
diaria y no se percatan de que viven en un mundo deformado a su antojo.
Un recurso muy usado es manipular la realidad de los
hechos en procura de culpar a otros, respecto a su misma condición humana. “El
perverso siempre busca herir con la misma arma con la que ha sido herido”, afirma
el siquiatra inglés J.C. Pritchard. Y las personas con las que más se ensaña un
perverso es con los más cercanos a él, familia, amigos y pareja.
Los perversos se sienten impulsados a culpar a otros
de su propia malignidad. “Ellos señalan a otros de asesinos, violadores,
homosexuales o prostitutas, conductas que las personas perversas pueden llevar
latentes en su interior”, dice la psicoanalista Horney.
Mitomanía
“Los perversos, en el afán de hacer recaer su
conflicto interior sobre otra persona, logran crear historias muy creíbles
aunque ficticias”, explica la
psicoanalista francesa Marie-France Hirigoyen, en su libro El acoso moral:
el maltrato psicológico en la vida cotidiana.
Los psicólogos aclaran que hay una diferencia entre la
mentira del mitómano y la mentira del perverso. La mentira de un mitómano se
caracteriza por una trama sin importancia o fundamento, mientras que la mentira
del perverso presenta una perfecta trama lógica.
Al mitómano lo inspira el deseo de fantasear, pero el
perverso está motivado por el afán de herir a las personas, “y las historias
que inventan para acusar a los demás resultan creíbles porque son parte de sus
propias experiencias”, afirma Hirigoyen.
Lo que no advierten estas personas, aclaran los
psicoanalistas, es que se obsesionan tanto por señalar a otros bajo sospechas
perversas, que revelan su propio conflicto y su verdadera naturaleza, agrega
Hirigoyen.
Psicopatía
La conducta de un perverso hace parte de las personalidades
psicopáticas y se expresa desde la niñez hasta la edad adulta, tanto en el
ámbito familiar, escolar, laboral como en las relaciones pasionales.
Los rasgos comunes de un perverso son la constante
impulsividad, agresividad, inmoralidad, egoísmo, búsqueda de la perfección,
inadaptabilidad, intolerancia, irrespeto hacia los otros, y una mala
comunicación.
El carácter maligno de los perversos es permanente y
es alimentado por el círculo vicioso de la inestabilidad, el resentimiento
social o afectivo, el odio, el fracaso económico o profesional.
Tienden a herir y lesionar al individuo en sus
afectos, sus principios éticos mientras satisfacen sus deseos y necesidades a
expensas de los otros, aunque no se percate de ello. Algunos psiquiatras suelen
asociar el aislamiento emocional del trastorno esquizoide con el aumento
de la malignidad.
“El mal que provoca un perverso es indiscriminado,
pero prefieren a las personas que son opuestas a ellas, es decir, las que
llevan vidas sanas; también se ensañan con familiares o parejas sentimentales
”, explica el
psicoanalista Paul-Claude Recamier, creador del término Perverso narcisista,
para describir al narcisista patológico.
¿Cura para la mente perversa?
Dado que la mente perversa es congénita y alimentada
durante toda la vida, el tratamiento está dirigido a concientizar a la persona
que padece una patología, y al uso de la psicoterapia y, en algunos casos, los
medicamentos.
“Si la persona tiene voluntad y reconoce sus defectos,
puede apaciguar un poco la impulsividad y la agresividad”, dice Claude Recamier. También
resulta beneficioso la educación de las emociones con orientación profesional.
Una de las cosas que hay que desterrar de la mente de
un perverso es la malignidad y el deseo de humillar y hacer sufrir, “pero
parecen que no están dispuestas a renunciar a estos sentimientos”, dice
Karen Horney.
Recientemente se ha descubierto en imágenes
diagnósticas del cerebro, que los perversos patológicos tienen algunas zonas
defectuosas relacionadas con las emociones, por lo que se han propuesto
medicamentos antisicóticos y antidepresivos.
Las personas perversas solo logran frenar algunos
impulsos con la ayuda de los medicamentos, por lo que los especialistas están
convencidos que la única cura debe venir de una transformación espiritual
intensa y profunda, como la que provoca la meditación y la reflexión valerosa y
consciente del mundo conflictivo que nos rodea.